Un postre más para seguir sintiendo, tía Techy


¿Qué tenían los postres de Teresa Sosa Godos que los encontrábamos tan encantadores en los años ochenta? ¿íbamos en grupo por ellos o era el motivo perfecto para refrescar el cariño que nos regalaba la anfitriona?

De niño, como la mayoría de los paiteños ochenteros, me seducían las ganas de consumir los diferentes postres habidos en la época: desde el budín de la bisabuela Teodora Agurto, tan famoso en nuestra familia Rumiche Colona, hasta la Torta helada de la tía Lola Rumiche. Para mi cumpleaños siempre pedía no la torta tradicional, sino la helada de la tía Lola. Un postre deseado reinicia el alma, refresca la tarde y endulza cualquier conversación por más amarga que parezca. Un buen postre -dicen los expertos- es capaz de alterar tu mente y de transportarte a un mayor nivel de felicidad.

Todas las noches de veranos, los amigos eternos de la calle Bolívar, reiniciábamos nuestros días en la casa de Teresa Sosa Godos, nuestra tía Techy. Era casi una obligación religiosa transportarnos a su templo. Era una orden natural teniendo o no dinero para pagarlos, porque la tía Techy no solo los vendía, sino que los fiaba y hasta nos regalaba las sobritas.

Tus postres, querida Techy, ha dicho Bozidar Vladimir Seselja, el eterno viajero de nuestro grupo Los Cheis, llegaban a un nivel de internacionalización cada vez que regresaba de sus vacaciones paiteñas. Eran sus amigos Vascos los que se peleaban por tus manjares cada vez que tocaba suelo español. Bozidar, con los años, se volvió un reconocido Cheff, tú lo sabes, y algo me dice que cada vez que inventa en su cocina, siente esos primeros sabores paiteños que lo acogieron en sus vacaciones.

Nunca te vimos seria o molesta, querida Techy, al contrario, siempre nos recibías con dulzura en tu casa del jirón Bolívar. Esa casa no era una casa cualquiera para el inmenso grupo de amigos que la invadíamos en los veranos, no, era nuestra casa, nuestro mundo paralelo, nuestro refugio a la felicidad. Tu casa, tía Techy, era la casa de los Cheis de los ochenta, del inmenso grupo de adolescentes incomprendidos que tuvimos el privilegio de saborear lo mejorcito de los postres porteños, tus postres que, se decía, los habías heredado de tus ancestros.

Willy Veliz Fazzio, después de la secundaria, déjame contarte querida Techy, ha dicho que nunca más volvió a probar aquel dulce que conoció para Semana Santa, convirtiéndose, sin querer, por la emoción, en un poeta al momento de narrar su recuerdo: “era un dulce capaz de encapsular el alma misma del puerto”, dice emocionado.  Imagínate, Techy, el recuerdo de tus dulces le sacaron el Antonio Machado que llevaba dentro. “El aroma del mango ciruelo, mezclado con un toque de canela y el misterio de otros ingredientes, atraía a toda mi familia como un canto de sirena”, y agrega con ojos vidriosos mientras observa el pasado: “cada bocado era un estallido de texturas y colores, una mezcla de lo dulce, lo ácido, lo suave y lo crujiente”. Willy era flaquísimo en los ochenta, el Shaggy del grupo. Hoy es un catedrático panzoncito que regresa a Paita cada vez que nos reencontramos y que vuelve a ser feliz gracias al recuerdo de tus postres. “Recuerdo con nostalgia ese último verano que pasé en Paita. Nunca pude irme del todo porque el dulce de Semana Santa de la tía Techy se convirtió en un recuerdo tan dulce como efímero”.

El Dato

El Perú tiene una antigua y rica tradición de postres y dulces en su gastronomía. Esta tradición tuvo su inició con la introducción de la caña de azúcar en América por parte de los conquistadores españoles y posteriormente con la construcción de muchos conventos y monasterios en diversas ciudades del Perú, en donde las monjas españolas preparaban y comercializaban dulces y postres europeos a los que les incluían ingredientes locales.

Los postres tradicionales peruanos son el resultado de una rica mezcla de influencias indígenas, españolas y africanas. Sus orígenes se remontan a las antiguas civilizaciones de los Andes, donde se crearon exquisitos postres sin necesidad de azúcar, y utilizando frutos y hortalizas. Con la introducción de la caña de azúcar, durante la época de la conquista española, los postres se incrementaron. Algunos ejemplos de postres peruanos tradicionales son el turrón Doña Pepa, la mazamorra morada, el arroz con leche, y el suspiro a la limeña.

Varios de esos dulces antiguos, déjame decirte tía Techy de la calle Bolívar, con tu talento, cariño y dedicación, los convertiste en sabores propios.

“Recuerdo, como si fuera ayer, el cariño con el que nos recibía en su casa”, nos cuenta Claudia Gilardi Atkins, “y a pesar de todo el alboroto que le armábamos. Su pie de limón era mi favorito. Cada vez que llegaba a su casa, no solo disfrutaba de las delicias de sus postres, sino de la compañía de mis amigos paiteños de veranos eternos que, nadie como nosotros, casi siempre quedábamos al debe y al fiado en un cuaderno misteriosos que siempre estaba encima de la mesa”.

Claudia Gillardi Atkins era la cheis capitalina, Techy. ¿La recuerdas? La peque para los amigos paiteños, la que veíamos de enero a marzo y la que nos traía el último grito de la moda limeña tanto en música como en cine. Te cuento que en Paita fue corrompida con los primeros puchos de cigarros que probó en tu terraza, sin que te dieras cuenta y mientras tú vendías tus dulces, y también con uno que otro amor de verano que guarda con cierto cariño. “Gracias, querida Techy, por ser parte de mis recuerdos dulces”, comenta.

Teresa Sosa Godos nació cuatro días después de la Gran Niebla de Londres, el 13 de diciembre de 1952. Si aplicamos la matemática, en nuestros mejores tiempos ochenteros llenos de quinceañeros y tonos pop rock, nuestra Techy bordeaba la edad famosa de Cristo. Era pues una tía en todo el sentido de la palabra, una experta no solo con sus dulces hipnóticos, sino una maestra capaz de enseñarnos el tejemaneje de la vida en el puerto. A nuestra cheis Martina Hasan, por ejemplo, la paiteña-panameña del grupo, en su chiquititud le ayudaba no solo con las tareas y los dibujos complicados que le dejaban en la escuela, sino también que la convirtió en una experta capaz de tejer sus propios suéteres. El tejido era otra de las pasiones de la tía Techy. Y así como sus dulces, varios pares de medias tejidas de sus propias manos cruzaron el Atlántico para proteger a más de uno en el invierno europeo.

Pero son pocos los Cheis que, con el tiempo y nuestros cambios de vida, continuaron disfrutando de su arte, dos de ellas son las hermanas Gisela y Giuliana Colona, sus vecinas, ya que la vida nos alejó a la mayoría de la calle Bolívar y de Paita. Pero Gisela pudo hasta enseñarles a sus hijos lo que los demás no pudimos. Un pie, una torta, un alfajor, una crema volteada o cualquier dulce de la tía Techy siempre era bueno para regresar a los años maravillosos. Hoy, Gisela, alejada de esa calle también, comenta: “Te abrazo a la distancia con mucho cariño, linda vecina, y gracias por todo el cariño”. Mientras que Giuliana, con pañuelo en mano y al ritmo de “Así baila mi trujillana” añora las pepitas de dulce de ciruela que comía cada vez que iba a tu casa para enseñarle a tu sobrina cómo había que zapatear en una buena marinera.

Yo no he vuelto a esa casa desde aquellos años. No lo hago porque a mí me debilitan los recuerdos. A pesar de mi monstruosa apariencia de cincuentón amargado, soy un debilucho que se aferra a las cosas y a los tiempos que me hicieron feliz; a lo que era, digo, pero que ya no quiero ser porque he cambiado; a lo que fui en esa época, desde luego, pero que ya no quiero perder cuando la revivo otra vez porque, valgan verdades, cualquier tiempo pasado siempre fue mejor para mí cada vez que termino comparándolo con tanta tecnología.  

Es que tu casa, querida Techy, y todos tus postres me recuerdan a mi tía Irene Rumiche, tu amiga la colorada, la hermana de mi madre, fallecida en el tiempo y en el espacio. Gracias a ella yo podía apuntar mi nombre en el cuaderno de los fiados. Casi nunca tenía dinero para comprar, pero siempre -bien orondo yo- apuntaba mi nombre para que después mi tía se hiciera cargo de mis antojos. Cuántas historias en ese cuaderno. Cuántos números que subían y bajaban. Cuántos antojos de los Cheis soportó. Qué bonito sería volver a revisar esos apuntes, el verdadero valor de un recuerdo que jamás podrá ser destituido de nuestras memorias. Qué risas nos hubiese sacado hoy si acaso alguien se hubiese olvidado de cancelar el antojo. ¿Sí o no, mis cheis?

Mónica y Dennis visitando a la tía Techy

Ha sido en las últimas semanas, querida Techy, mientras batallabas con tus males que el tiempo te ha traído, que dos de las Cheis más activas del grupo, Dennis Palacios y MónicaEspinoza, nos regresaron a la calle Bolívar. Porque no solo eran ellas las que te visitaban, sino todos los que te queremos, pero que no podemos estar a tu lado. Tal vez algún día se pueda, ¡quién sabe! Por el momento, ni la calle ni nosotros somos los mismos. No obstante, aquellas visitas de Mónica y Dennis nos regresaron a todos al pasado. Hemos llenado el grupo de WhatsApp de mensajes, te hemos recordado como nunca lo habíamos hecho. He vuelto, en lo personal, a saborear esa torta de chocolate que tanto me encantaba y que podía disfrutar gracias a la complicidad de mi tía Irene y a la existencia de tu cuaderno. Qué bonitos recuerdos nos unen, hoy lejos todos los Cheis unos de otros, hasta en diferentes países. Igual ha sido una locura el WhatsApp del grupo gracias a tu recuerdo.  





Dennis Palacios, por ejemplo, ha recordado que vivió el triunfo de Lucila Boggiano a tu lado, que gritaron como niñas y que rieron como nunca con el triunfo de la Chiclayana.

Mónica Espinoza ríe, pero no comparte la historia que tuviste con un venezolano. ¡Qué cosa, Techy! Exigimos todos una explicación. ¿Nosotros tus Cheis no podemos enterarnos? ¡Qué valor! ¡Cómo es posible este sucesooooo!

Si alguna vez lees estas líneas, Techy querida, quiero decirte que ni siquiera te imaginas todo lo que hiciste por nosotros. Porque fuiste una excelente amiga, una tía valiosa que nos regaló Dios para componernos y encaminarnos mientras disfrutábamos de tu talento, una Cheis honoraria que nos enseñó el verdadero significado de la amistad. Cada vez que consumo un postre, esté donde esté, siempre tiene que aparecer tu nombre. Prometo contarles a mis nietos de tu existencia; prometo inventar un personaje tan parecido a ti que, cada vez que mis amigos y demás lectores lo lean, se les vaya la boca en agua, porque será un verdadero placer plasmar y devolver todo ese cariño que fuiste capaz de entregarnos.

La Cheis Ciruela nos ha contado que ella era feliz cada vez que te esperaba en “La Capitanía”, en nuestra playa ochentera. No sé por qué lo de Ciruela, recién nos hemos enterado, porque para nosotros sigue siendo la eterna joven María del CarmenNoblecilla, la Shakira paiteña, la que dice que te recuerda con tu ropa de baño y saludando a tu estilo de siempre: “hola, chicocos”, para después nadar hasta el muelle Fiscal, hasta “el tablón”, donde muchas veces le enseñaste a hundirse sin beber agua y sin taparse la nariz, como tú, como buena paiteña brava y decidida. Ciruela, o Maricarmen, o para mí la Shakira, como siempre, nos ha hecho reír con la anécdota del ”submarino marinela” que se te pegó en tus rulos, pero que nadie te dijo para que no te avergonzaras. Esos minutos en “La Capitanía” eran el relajo perfecto que necesitabas después de preparar todo para la noche y nuestra llegada.

¡Qué vida la de nosotros en los ochenta!

¡Cuánta paciencia la tuya, querida Techy!

Imposible devolverte tanto cariño.

Estas líneas son apenas un incentivo que me invento para quizás, dentro de mí, imaginar que, a penas te recuperes de tus males, nos volveremos a juntar otra vez en tu casa, en esa misma terraza, como cuando éramos esos chiquillos despistados. No te pido muchos postres querida Techy, solo uno, el de la torta de chocolate que tanto me gustaba. Solo un postre más para seguir siendo felices a tu lado. Solo uno bastará para reencontrar nuestros pasos y para volver a sentirte, querida amiga de siempre.


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